sábado, 28 de marzo de 2009

Petrarca.


Soneto CCXCII


Los ojos de que hablé exaltadamente

los brazos, pies y rostro que no olvido,

que me habían a mí mismo dividido

y hecho desemejante de la gente;


los crespos rizos de oro reluciente

y el sonreír angélico encendido

que almundo en paraíso ha convertido,

ahora son poco polvo que no siente.


Yo en cambio vivo, y ello me impacienta,

privado de la luz que amaba tanto,

en desarmado leño con tormenta.


Aquí concluya mi amoroso canto,

que a mi ingenio su vena no alimenta

y mi cítara entona sólo su llanto.



Soneto CXXXIV


Paz no encuentro, y no tengo armas de guerra;

temo y espero; ardiendo, estoy helado;

vuelo hasta el cielo, pero yazgo en tierra;

no estrecho nada, almundo así abrazado.


Quien me aprisiona no me abre ni cierra,

por suyo no me da ni me ha soltado;

y no me mata Amor ni me deshierra,

ni quiere verme vivo y acabado.


Sin lengua ni ojos veo y voy gritando;

auxilio pido, y en morir me empeño;

me odio a mí mismo, y alguien me enamora.


Me nutro de dolor, río llorando;

muerte y vida de igual modo desdeño;

en este estado me tenéis, señora.

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