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Soneto CCXCII
Los ojos de que hablé exaltadamente
los brazos, pies y rostro que no olvido,
que me habían a mí mismo dividido
y hecho desemejante de la gente;
los crespos rizos de oro reluciente
y el sonreír angélico encendido
que almundo en paraíso ha convertido,
ahora son poco polvo que no siente.
Yo en cambio vivo, y ello me impacienta,
privado de la luz que amaba tanto,
en desarmado leño con tormenta.
Aquí concluya mi amoroso canto,
que a mi ingenio su vena no alimenta
y mi cítara entona sólo su llanto.
Soneto CXXXIV
Paz no encuentro, y no tengo armas de guerra;
temo y espero; ardiendo, estoy helado;
vuelo hasta el cielo, pero yazgo en tierra;
no estrecho nada, almundo así abrazado.
Quien me aprisiona no me abre ni cierra,
por suyo no me da ni me ha soltado;
y no me mata Amor ni me deshierra,
ni quiere verme vivo y acabado.
Sin lengua ni ojos veo y voy gritando;
auxilio pido, y en morir me empeño;
me odio a mí mismo, y alguien me enamora.
Me nutro de dolor, río llorando;
muerte y vida de igual modo desdeño;
en este estado me tenéis, señora.
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